29 julio 2007

Fuera el miedo... ya...

Hace 20 minutos estaba yo entretenida en la lectura de un comentario sobre el miedo y visitando al desconocido comentarista que lo había dejado (desconocido por estos lares, ya le había echado un ojo al sujeto en cuestión en otros lados de la blogosfera) cuando un "cricskscrsks" hizo que me volviera.
Allí estaba: 8 cm, marrón-rojiza, pegada a la pared como si de una mosquita chupasangre se tratara... una cucaracha voladora americana.
Ahogué un grito por no despertar a todo el vecindario a las 4 de la mañana con un escalofrío en la espalda y la incorrecta certeza de que otra mujer había sido acuchillada a manos de su pareja. Proferí unos guturales "uh uh uuuhhhh" tan agudos que ni los perros debieron de ser capaces de oir. Me levanté y en un leve despertar de mi inteligencia (que se inhibe en presencia de estos bichos) recordé que estoy durmiendo en bragas y cogí el pantalón del pijama, por si en mi huir terminaba despertando a alguien.
Me acerqué a la cocina y me aferré al bote de matacucarachas como si acabase de encontrar las pruebas irrefutables de la existencia de un Dios. Me detuve unos momentos para ver si mi corazón decidía dejarme oir algo más que mis propios latidos y ver algo entre la neblina roja que cubría mis ojos. Volví a la habitación, rescaté mi mochila (no fuese a meterse dentro y tuviese que tirar la mochila del asco) y empecé el contraataque. Ella se echó a correr y yo calculaba los daños: a lavar la cama, las cortinas, los vaqueros, las camisetas que había dejado fuera del armario, el teclado del PC, el monitor, el escritorio entero, el mueble de la pared lateral de arriba a abajo... mejor lavo toda la habitación, este bicho está poseído.
Mis "silenciosas" actividades despertaron a mi padre, supongo que mis grititos, mi búsqueda desesperada entre los productos de limpieza, la apertura de las puertas como si hubiese un incendio en alguna parte de la casa y el encendido de todas las luces a mi paso para detectar posibles emboscadas, le llamaron la atención. Me encontró llorosa, sin querer soltar el insecticida ni a tiros, jadeando como si acabase de terminar la maratón en tiempo record y moqueando de pánico. Y con los pantalones del revés, pero creo que no se dió cuenta. Ni siquiera era capaz de decirle dónde se había escondido el bicho porque el tartamudeo no me hacía precisa.
Ahora todo me huele a Baygon y soy feliz, pero cada pequeña sombra hace que me tema lo peor, me he ido a dormir al salón porque no hay quien sobreviva en la habitación y el gato ya se ha quejado dos veces de que lo apreto muy fuerte.
Mis psicólogos opinan que estoy mucho mejor de la depresión leve-moderada cronificada en el tiempo. Tal vez ha llegado el momento de hablarles de mi relación con las cucarachas...

1 comentario:

reve dijo...

mmmh... yo tengo una relación extraña con las cucas...
Una vez pisé una estando descalza y casi muero, me empezaron a temblar las piernas,uf, qué mal ratito... ese crjjj...

Por otro lado las cogí cariño después de ver un par de veces "el cuchitril de Joe".

No las mato, jamás. Como jamás mato a una araña o a ningún otro bicho que esté en casa. Me tenías que ver luchar contra las gatas para salvar a las pobres moscas que osan entrar. Un espectáculo..