02 octubre 2009

Me duele por dentro.

Ayer me di cuenta de que estaba total y completamente enamorada. Lo malo es que en vez de estar en la fase de las mariposas en el estómago, las risas y la felicidad, empecé directamente mal, pasándolo cada vez peor.
Ayer me di cuenta de que el desamor no me deja comer, de que tengo ganas de llorar constantes y de que lo necesito y no puedo tenerlo. Quiero estar con él y verlo sonreír y hacerle mimos y caricias, cocinar para él, hacerle reír. Quiero poder mirar como duerme (aunque para eso debería ser capaz de despertarme antes que la persona que tengo al lado) y acurrucarme en un hueco de su cuerpo, aspirar profundamente y dejar la mente en blanco.
Quiero todo eso porque soy imbécil, porque me hice ilusiones contrarias y me las creí. Pensé que podría controlarlo. Pensé que podría echarme de menos.
Qué idiota soy, qué imbécil fui.
He sido su refugio, su distracción. En realidad él nunca me ha engañado y yo inicié el ataque, pensando que sería divertido, ignorando lo que vendría después. Soy tan tan idiota, enamorándome de un hombre que llora por otra, aguantando las punzadas que me advertían para ser su amiga y consolarle. Y cada vez quería más que él fuese feliz y que estuviese contento y que no pensara en ella. ¿Cómo no me di cuenta?
Y como se convirtió en una de las mejores cosas de mi vida seguí con él cuando las alarmas se dispararon. Intentando imponer la lógica, pero soy débil, siempre he sido débil. Debí dejar de hablar con él, dejar de aguantar el dolor cuando me hablaba de ella.
Todo lo que he conseguido al intentar deshacerme de la sensación, es hacerla más fuerte, quererle más. Conseguir que siga más o menos mis instrucciones, que me muera de celos, que me hiervan las entrañas. Que se fije en otra, no darme cuenta de que, con mi suerte, lo que no hizo conmigo lo haría con la siguiente.
Maldito humor, maldita gracia. Quiero llorar hasta quedarme seca.

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